Los relatos favoritos de Tarzán

Creo que todos sospechamos que hay genios que nunca llegamos a conocer y que hay artistas sublimes que se nos quedan en las orillas del río de la Historia; creo que todos sospechamos, también, que incluso antes de eso, hay superdotados que no llegan a desplegar sus alas, que no desarrollan sus potencialidades, que tienen todos los condimentos para configurar una obra creativa excelsa y que, sin embargo, por una nimiedad en la sopa genética -quizás sólo una coma- no llegan a manifestar su condición colosal. Hoy tenemos suerte, porque con este libro vamos a poder palpar el ápice salvado de una genética maravillosa, un artista inteligente, perspicaz, penetrante, lúcido, agudo e ingenioso. Uno de esos artistas que podían haber enriquecido nuestro desayuno habitual desde hace treinta años en revistas, periódicos o libros y del que hoy, obtenemos al fin, este aperitivo.

Leer es conversar tranquilamente con algún tipo inteligente. En este libro lo vamos a poder hacer. Ya desde el título recibimos esa ráfaga de ingenio y originalidad que impregna todo el libro. Son relatos que igual te hacen sonreír que llorar; te hacen jugar con fantasmas o pasearte por la ultratumba, y te muestran al final, que es un dibujante de primera que domina con brillantez los espacios y los planos.

El autor, sin embargo, no es el hombre vigoroso que sostiene a ese niño en brazos. Quizás lo fue. Pero ahora no lo es. Ahora camina arrastrando los pies, se afeita cuando le apetece, acude al gimnasio para mantenerse razonablemente en forma y se deja arrullar por la nostalgia. Es, en realidad, un hombre sabio que ha entendido el mundo, y que parece, más que nunca -más que con el niño en brazos- un auténtico genio. Un ser solitario que no se ha rendido al deseo de aportar al mundo alegría, ingenio, inteligencia, perspicacia, sagacidad, sutileza y talento desde el papel.

Con este libro se salva y nos salva de ignorarlo. Y queremos más. Tarzán se aburre mucho en la selva, y nosotros en la selva de asfalto, necesitamos más.

José Carlos Carmona